domingo, 28 de diciembre de 2008

La empatía - ¿una cuestión genética?

En el prólogo de mi novela “Vivir muriendo, morir viviendo”, hago hincapié en que para solventar muchos de los problemas que actualmente azotan a la humanidad, es la unión; la solidaridad entre nosotros. Esta solidaridad proviene de la generosidad que cada uno de nosotros alberga de manera natural.
La palabra generosidad está compuesta por una radical muy interesante: “gen” o “gene”. Esta palabra significa origen o principio de algo. De aquí, la palabra «generosidad» implica que aquél que la practica es un bien nacido; de buena raza o linaje; de buen origen.
Ahora bien: A la luz de la gran cantidad de egoísmo que a diario podemos apreciar en nuestro entorno, ¿por qué afirmo que la generosidad es una condición natural de la humanidad? Hace no mucho tiempo, un grupo de científicos encontró que ciertas neuronas, cuyas funciones ya se conocían, tienen la capacidad de inducir al individuo a la empatía. Estas neuronas, llamadas “neuronas de sensibilidad al dolor” (porque nos alertan de un peligro potencial que debemos evitar), se encienden cuando sufrimos algún daño; por ejemplo, un pinchazo en el dedo. Pero los investigadores encontraron que estas células también se encienden cuando el individuo observa a otro de sus congéneres ser pinchado en el dedo. Por esta nueva función la llamaron “neuronas espejo”. De tal manera que se puede decir que estas neuronas disuelven la barrera entre el «yo» y los demás, y demuestran que nuestro cerebro está facultado naturalmente para sentir empatía y compasión por el dolor ajeno. Son, por así decirlo, “células de realidad virtual” y por lo tanto nuestro cerebro es capaz de simular lo que los demás están sintiendo.

No obstante, parece que hemos perdido esta capacidad natural de sentir empatía ante el dolor ajeno. El avance de la tecnología en las comunicaciones tal vez tenga que ver con ello. Si observamos a nuestros jóvenes, concluiremos que sus “células de realidad virtual” o “espejo” están constantemente bombardeadas por la realidad virtual tecnológica. Pasan demasiadas horas frente al televisor y navegando por la Internet. Tal parece que esta exposición a la realidad virtual que ofrecen estos medios de comunicación, han anulado o, en el mejor de los casos, confundido la sensibilidad de nuestras células “espejo”, de tal forma que lo que antes apreciábamos como un dolor auténtico de nuestros semejantes, ahora lo identificamos, en muchas ocasiones, como una realidad virtual auténtica; es decir, un dolor sintético no existente.

En mi opinión, la interacción personal debe fomentarse entre nuestros jóvenes; que tengan relaciones reales entre ellos. Debemos incitarlos a salir a jugar al “bote pateado” o a “las escondidas”, y a tener un mayor número de “enfrentamientos” cara a cara, como antes lo hiciera mi propia generación y la de mis padres. Sólo así podremos reactivar nuestra natural sensibilidad ante lo que nuestros semejantes experimentan y podremos, entonces, actuar en consecuencia.

El espíritu de mi novela “Vivir muriendo morir viviendo” es el de hacer un llamado a nuestras “neuronas espejo” a que concurran en ayuda de quienes nos necesitan.
Aunque esta novela la desarrollé con el ánimo de incitar al lector a la donación de sus órganos, podríamos extrapolarla a todo aquello que nos afectan en nuestro diario devenir, directa o indirectamente.

«Es con la generosidad, y sólo con ella, que podremos justificar nuestra presunción de ser una especie tocada por la mano de Dios»

Carl Cupper

viernes, 19 de septiembre de 2008

Entre los dioses y las bestias

Entre los dioses y las bestias
Por: Carl Cupper

La expulsión de Adán y Eva del Paraíso ha sido tratada por siempre como un asunto religioso; un dogma. Así, cristianos, judíos y musulmanes han explicado el inicio de nuestra condición humana a la luz de lo relatado en el libro del Génesis, responsabilizando a la serpiente de todas nuestras vicisitudes a lo largo de la Historia. Así lo narra John Milton, de manera magistral, en su obra El Paraíso Perdido. Sin embargo, ¿es esto verdad? Si es así, ¿entonces no somos responsables de nuestro diario acontecer?

Según Paul MacLean, el cerebro humano está formado por tres clases de elementos motrices: El Complejo R o Reptílico, el Sistema Límbico y el moderno Neocórtex, en donde se han concebido las obras más sublimes y las más terribles del hombre.
En el Complejo R se llevan a cabo las funciones básicas del individuo; la actividad sexual, la alimentación, la respiración, el instinto de conservación y la agresividad, entre otras. Es una reminiscencia de nuestros antepasados más remotos. Sin embargo, la conservamos, ya que sin ella no podríamos vivir.

Las luchas a través de la Historia, desde las guerras territoriales hasta las interreligiosas, así como el crimen organizado y el terrorismo, han sido alentadas, en mi opinión, por un Complejo R desatado. Éste es incapaz por sí mismo de crear. Sin embargo, tiene la capacidad de “hablarle” al Neocórtex y de llevarlo, en muchas ocasiones, a un estado de agresividad exacerbado.
Considerando esto, yo sostengo que los dragones realmente existen. Para encontrar a uno, tan sólo debemos mirarnos al espejo. No es una metáfora. Físicamente, un dragón vive en cada uno de nosotros, representado por el Complejo R. Para apoyar esta afirmación, reflexionemos en la cantidad de fuego que cotidianamente nos arrojamos unos contra otros, no sólo con las armas sino también con palabras y silencios, con actos y omisiones, con desinterés e ignorancia, y hasta con miradas directas y de soslayo. No obstante, en cualquier momento puede despertar lo más noble de nuestra naturaleza humana y entregarnos desinteresadamente en auxilio de quienes nos necesitan. Recordemos lo acontecido luego del terremoto del 19 de septiembre, de los terribles sucesos del 11 de septiembre y, más recientemente, tras el tsunami en Indonesia, sólo por citar algunos. El mundo entero se volcó en favor de las víctimas, y muchos ni siquiera repararon en su propia seguridad.

Por otro lado, a diario alimentamos al monstruo con nuestros dogmas y prejuicios, heredados de generación en generación, provocando en todo el mundo un sentimiento de inseguridad extraordinario, sobre los cuales el terrorismo ha asentado sus reales.
Pero no reparamos en que cada uno de nosotros somos el producto de las creencias de nuestros antepasados. Si yo hubiera nacido en Irán, seguramente mi fe se basaría en el Islam y no en el cristianismo. Pero, al parecer, hemos olvidado que las tres principales religiones tienen el mismo origen: Abraham concibió con su esclava Agar a Ismael, padre de la etnia árabe de la cual nacieron Mahoma y el Islam. ¿Cuántos de nosotros profesamos nuestra fe por convicción y no como resultado de la herencia de nuestros padres?

El monoteísmo tuvo su origen en Egipto bajo el reinado del faraón Akenatón, hace más de 3300 años, quien instauró por decreto la adoración a Atón (representado por el disco solar). Luego, alrededor del siglo IV a.C. Zoroastro (Zaratustra) fundó en Persia una religión basada en una deidad llamada Ahura Mazda (Señor Sabio), de la que, según los expertos, probablemente dio origen a la religión judía.
El mazdeísmo o zoroastrismo fue la primera manifestación religiosa en la cual el bien (Ahura Mazda) y el mal (Ahramán) se trataban como entes contrapuestos, y sin embargo eran hermanos gemelos. ¿Acaso Zoroastro intuyó el origen análogo de estas fuerzas que subyacen en nuestro cerebro?

Estos fueron los fundamentos en los cuales me apoyé para escribir mi novela de fantasía “El Secreto del Dragón – La Revelación de los Sacros Papiros” en la que, a través de los ojos de un dragón escandinavo y una gárgola celta del siglo VII, pretendo introducir al lector en un viaje a su propio interior, en un intento por revelar nuestra verdadera esencia humana. A cada uno de nosotros le corresponde descubrir a su dragón y arrancarle sus más íntimos secretos para luego actuar en consecuencia.

Hoy por hoy, el hombre se encuentra en una encrucijada: entre lo espiritual y lo material; lo divino y lo profano; la guerra y la paz; el Complejo R y el Neocórtex, pero tal vez ha olvidado que en sus manos se hallan los fundamentos para elegir su propio destino, de afrontar su responsabilidad y de escuchar, o no, a la serpiente que lleva dentro.
En palabras del filósofo Plotino yo diría que, todavía, el ser humano se halla a medio camino entre los dioses y las bestias.

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